Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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J I. Etxartea: El día que Nietzsche sonrió


El día en que Nietzsche sonrió  *

Juan Ignacio Etxartea


Una vocecita amiga me ha pedido que escriba algunas líneas acerca de un libro que le recomendara no ha mucho.

El título era llamativo para un forofo de Nietzsche, y una simpática asociación de ideas me empujó a llevarme baje el brazo “El día en que Nietsche lloró”. El enfrentar a un médico pionero en técnicas psiquiátricas, y además amigo de Freud, con el cerebro poderoso de un filósofo tan importante y vigoroso como Nietzsche y toda su atormentada existencia era un dulce difícil de rechazar.

Disfruté del libro, sobre todo porque a mi juicio ganó mi caballo. La sicología, como ciencia tiene un hueco en el interior de la filosofía que intenta pensar y explicar el todo. La sicología y las modernas corrientes derivadas de esta ciencia intentan comprender como funciona lo que pretende pensar y explicar el todo: el ser humano.

Nietzsche es un héroe del pensamiento, en el sentido homérico, un personaje de grandes dimensiones, con grandes aciertos, definitivos quizás para dejar zanjada la filosofía y dejar abierto el camino a la sabiduría. Era maravillosamente inactual, estaba como fuera del tiempo, siempre enganchado al pasado y tratándolo como si fuera el presente. Al mismo tiempo cometió grandes errores que tenían mucho que ver con sus dificultades sicológicas y de relación con sus semejantes.

Pero esto no es nada, no tiene importancia, no era el individuo ni el yo y sus miserias lo que iba a poner a N. a la cabeza del pensamiento humano.

Por otro lado estaba el médico, alguien a quien mi subconsciente equipara con el sacerdote, el mantenedor de moldes y poseedor de conocimientos parciales pero muy precisos y útiles para él y el sistema pero inservibles para la víctima, que muy a propósito en la medicina moderna se denomina “paciente”.

Breuer no tenía en sí nada heroico ni grandioso, como casi todos los médicos, y presa del pánico ante al caso de Ana O. se dio a la fuga dejando la enferma a un colega. ¿Por qué?. Interpretó las manifestaciones afectivas de la paciente como una pasión sexual de la paciente hacia él. Osea, la interpretación facilona, y se acojonó.

¿Era Nietzsche el enfermo necesitado de atenciones, o era su locura el combustible que alimentaba un pensamiento apasionado y certero?. El no sabía tratarse siendo como era un sicólogo adivinador de los fines y motivaciones del actuar. Nietzsche en cuanto se acerca a la actualidad, lo que le rodea, se empequeñece. No es su terreno.

¿Qué es lo que permitiría a Breuer ser realmente eficaz en las tareas que se fijó con su especial paciente?, ¿quizás entender su teoría del eterno retorno? O ¿Leer el maravilloso mito de Aristófanes?. Porque en realidad su esfuerzo por entender el origen de la angustia de N. se convirtió en el paradigma de su propio padecer, y le sirvió más a él que al propio paciente, entre otras cosas porque al paciente no podía privarle del combustible que alimentaba su pensamiento sencillamente porque no se dejaba.

¿Qué hay en este divertido e interesante libro que tanto guste?. Un trhiler. La vida misma y sus elementos bien dosificado todo ello para entretener al urbanita de clase media de esta nuestra sociedad agonizante, que necesita de pioneros, de héroes enfrentados a grandes retos tanto en el plano metafísico como en el científico hoy tan en boga en detrimento del primero. necesitado de Tiempo Condensado; lo que no tiene. Sediento de conceptos hoy tan manidos. De proyectos colectivos que ilusionen lo que hoy adormece en un bienestar francamente aburrido.

Por eso Nietzsche vende, aunque venda vulgarizado en un relato corto, ¿y a quién coloca el autor para completar la salsa?. Al demiurgo, al intérprete sacerdote moderno, al científico. Y lo sazona con la imprescindible presencia femenina que parece complicarlo todo en todo momento. No olvidemos que el autor es un hombre. Que Breuer es un hombre, aunque solo sea para hacer cumplir el castigo que estos impusieran al ser humano de separarlo en dos partes sexualmente diferenciadas para que en su tristeza al menos tuvieran un consuelo. Como diría Sadam Hussein: “La madre de todas las batallas”, y yo añadiría: “... de segunda clase”.

Porque los problemas del pensamiento, aquellos que preocupaban a Federico son los realmente importantes, entretenidos, divertidos, los que dan luz a esta vida y nos permiten a su vez reírnos de su frágil fugacidad. Comprender la base del juego. Los antiguos ya se acercaron a ella cuando la representaron en el juego de pelota. Un frontón, una pared levantada ante ti a la que lanzas una pelota y te es devuelta para que la vuelvas a lanzar, y en cada movimiento aprendas algo de la vida, de lo que te rodea, del vacío y del arte que siempre es bucear en la jugada anterior.

 

* Crítica del libro "El día que Nietzsche lloró", de Irvin D. Yalom


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